lunes, junio 13, 2005

EVARISTO AZUL

Cuando el eco de la bala llegó a los oídos de las fans, la sangre de la pequeña victima ya comenzaba a mezclarse con los vinilos de viejas canciones de amor que se había llevado al baño, el lugar más privado de “Radio Ternura”, para terminar de una vez por todas con la discusión que no lo dejaba dormir hace días. Su programa de medianoche había sido transmitido por última vez en lo que fue la primera radio emisora de Frecuencia Modulada del antiguo pueblo maderero y pesquero del sur de Chile. Ya no habría programación local, la frecuencia la había adquirido una cadena internacional de comunicaciones que transmitiría desde Santiago.

El programa nocturno tenía más de diez años al aire, se hacía en directo, se seguían leyendo cartas manoescritas, pero se habían incorporado primero las llamadas telefónicas y luego el E-mail. Realmente tenía una audiencia envidiable. La clave, decía Evaristo Azul, era la poesía. Y claro, además de tener esa voz única, dominaba con maña el uso de la palabra y había adquirido un poderoso conocimiento de los poetas de lengua hispana y alguno que otro juglar francés, italiano, ruso, árabe o chino, que estaba traducido al español. La misteriosa casa de Evaristo Azul, aledaña a los estudios de Radio Ternura, era la más completa biblioteca de poesía de todo el sur de Chile, quizás de toda la patagonia suramericana.

Dos décadas de búsqueda, compra, intercambio, copia, encargos y regalos habían generado que varias de las paredes de la casa azul estuvieran llenas de libros. Desde traducciones de William Blake, hasta Clemente Riedemann; desde Trakl hasta Tellier; desde Michael Strunge hasta Alfonsina Storni. A Neruda no le gustaba, osea, le gustaba antes, pero ya prefería poesía más reciente o más antigua.

Evaristo Azul sabía que un estilo de vida había muerto. Él era el último bastión de una tipo de existencia más romántica, más provinciana, más de plaza de pueblo. A pesar que él se había conectado con tiempos y espacios alejados de ese locutorio de Radio Ternura, sabía que ya en muy poquísimas partes existía ese tipo de vida en que todavía se creía en el enamoramiento, en la radio nocturna y en la poesía.

Conocía perfectamente lo que era el amor. Hasta cierta edad había trabajado en un cabaret de puerto. Él era el animador misterioso que nunca aparecía y que animaba la cotidiana fiesta nocturna. Con esa voz acogedora de “gigoló serio”, como decía a veces, podía hacer subir completamente el ánimo de esas noches rojas del puerto en decadencia. Allí había conocido a su único amor correspondido. Una mujer de pueblo minero que escapando de la pobreza había decidido cerrar los ojos, dejar unos cinco años de pausa a la moral y a las buenas costumbres y reunir la mayor cantidad de dinero para luego instalar algún boliche que la pueda mantener. Pues se conocieron, se sorprendieron, se aceptaron y se enamoraron.

Antes de cumplir los cinco años, cuando ya estaba todo planeado, cuando ya se retiraban de las noches e iban a comenzar a madrugar en un nuevo negocio más relacionado al orden y tranquilidad, la sangre de amor y odio corrió por el cabaret portuario. La cabrona supo del plan y se puso más cabrona aún. No podía perder la voz y el cuerpo que todas las noches le daban ganancias permanentes. ¿Qué hizo? Intentó separarlos. ¿Cómo? Metió a otro hombre y a otra mujer en el asunto y armó el kawín. Evaristo azul se enteró primero, “Élla andaba con otro, un verdadero macho, conocedor de la noche, y obvio, por lo menos medio metro más grande que él”. Ella se enteró después, “en la pieza estaba Evaristo con otra mujer, con la nueva, la estaba probando, entrenando para el trabajo”. Eso se decía…

Era un cabaret, pero el amor, el verdadero amor, es el amor en todas partes. El no lo soportó. Ella cachó el kawin, apuñaló a la cabrona, pero no pudo huir y murió entre patadas, cuchillazos y llantos de las putas que lloraban sin saber que hacer. El, despidió de tres balazos al presunto macho competidor que nunca supo nada.

Cuando amaneció el iba huyendo entre lágrimas. Cabrona y amada estaban sin sangre, el se sentía más pequeño que nunca.

Y llegó a ese pueblo olvidado y a Radio Ternura. Prometió trabajar solo por comida y techo y creo la franja nocturna, la que llenaba de ilusiones a los amores eternos, a los amores que esperan, a los corazones solitarios, a los besos melancólicos.

Ese día Evaristo Azul sabía que sus fans iban a protestar por el fin de su programa. Había planificado su fin. Había enamorado a varias mujeres con su voz, con su desplante detrás del micrófono, con su talento para mantener la atención de corazones desolados. Lo que una vez comenzó en serio con cartas de amor a sus auditoras, había evolucionado a las llamadas telefónicas. Pero nunca, nunca se había mostrado en público. Nadie le creería, una persona de un metro veinte centímetros, no podría hacer eso. Nadie de esas características, podría hablar de esa forma, enamorar de esa forma, mantener esa cantidad de libros, dar tanta ilusión a los corazones. Temía de sobremanera que descubrieran su tamaño.

Cuando sonó el disparo, las fans comenzaron a gritar y los guardias después de desarrajar la puerta del baño descubrieron al diminuto personaje con la foto de una bailarina, una colt 45, unos discos antiguos y un libro de poesía, todo manchado con sangre azul.

Al otro día Radio Globalización comenzó con su programación que no incluía noticias locales.

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