sábado, octubre 25, 2008

SIEP


A veces me llama por teléfono desde no se qué lugares del mundo. Aquí en Siem Reap estuvo dos meses y logró hablar varias frases en kamboyano con las cuales se comunicaba con la gente, la cual encontraba divertido escuchar a este “viejo chico” -como yo lo llamo-, tratando de comprar algo o preguntando tal cosa. Yo en tanto que soy analfabeta, él me lo dijo, también aprendí varias palabras en inglés. Con toda esa bolsa de letras y los signos del cuerpo nos basta, por lo menos para mi, para estar bien y desaparecer por días de mi casa, o lo que se podría llamar casa, y de mi trabajo o de lo que podría llamarse trabajo: un contrato de palabra para ocupar un espacio donde entregar masajes a turistas que visitan este pueblo universal y perdido a la vez.

Hace tres días, de pronto apareció de nuevo y corrí a abrazarlo mientras mis amigas de la sala de masaje, los mozos de los restoranes y los choferes de tuc-tuc y motos, bromeaban a gritos con este encuentro. Esas bromas ya no me afectan, las encuentro divertidas. Se que a ellos tampoco les importa y bromean, tal como yo lo hago cuando ocurre una situación como ésta.

Mi “viejo chico”, venía con un amigo y a los minutos yo y Sun, estábamos masajeándolos. Yo no podría dejar que alguna de mis compañeras masajeara a mi viejo chico, además, ninguna de nosotras nos atreveríamos a pelearnos clientes a la entrada del salón en que trabajamos. Así que my “Old small” se fue conmigo y su amigo con Sun, la que tiene manchas blancas en los pies.

A mi viejo chico le gusta este lugar. No es de lo mejor, pero él nos considera sus amigas y la hora que dura el masaje, yo no se cómo, pero la hago durar más. A pesar que solo es una hora en tiempo real, logró, no se como explicarlo porque soy analfabeta, logro estirar esos momentos, entrar a otra dimensión y hacer incluso que esos sesenta minutos duren siglos. Nadie lo sabe, pero así es. Nadie me creería además, que yo no se cómo, pero he logrado entender al tiempo, no sé si se dirá así, pero de a poco, cuando quiero, o cuando lo necesito, logro entrar quizás en lo que yo llamo “el tiempo”.

La última vez que había visto a mi viejo chico fue la noche antes que se fuera, en esa ocasión que estuvo dos meses. Ese día era mi día libre, y él me había llamado para que nos juntemos en su hotel a la hora del crepúsculo. Pero yo a esa hora estaba tomando cerveza y le dije que en una hora más. Pero tome más cerveza y a la segunda llamada, le dije que en otra hora más, y así, hasta que me dijo que no esperaba más que cinco minutos. Yo creo que entonces, no recuerdo bien, tome otra cerveza, o no se cuantas, y me fui donde mi viejo chico. En el camino perdí una sandalia, era de noche, pero no es problema caminar por las calles de Siem Reap descalza. Así que llegue muerta de risa al hotel y de ahí no recuerdo más. Estaba borracha y en el hotel tomamos otra cerveza, por lo menos yo, o quizás más.

Ahora que nuevamente apareció después creo que de dos años, este primer masaje que le di fue algo extraño. No solo para mi, ni solo para él. Sino que para todas las que trabajamos aquí. Esto porque de pronto Sun, comenzó a cantar, mientras le daba masajes al amigo de mi viejo chico. Nunca antes había escuchado cantar a Sun y menos en ese idioma. Ella es un poco reservada y tiene novio e hijos. Casi nunca habla, solo mira y se ríe, pero en esta ocasión, en penumbras, como es el ambiente en que hacemos nuestro trabajo, Sun canto a lo menos tres canciones mientras su cliente, el amigo de mi viejo chico, la felicitaba en el lenguaje raro que habla él, que no es ni inglés, ni camboyano, ni tailandés. ¡¡Bravooo!! Decía o algo parecido, y luego con Sun cantaron una canción por turno. Lo bueno y extraño a la vez es que mi viejo chico también cantó, a pesar que canta mal, mal y mal. Yo no canto, a pesar que he memorizado algunas canciones y las canto para mi, pero en esa ocasión no cante. Es extraño, porque de pronto cuando estoy en un lugar, pero a la vez no estoy, mi viejo chico me interrumpe y me pide que cante nuevamente lo que estaba cantando. Pero yo me sorprendo porque no recuerdo donde estaba, a pesar que es obvio para todos, yo estaba con él. Pero no le puedo explicar que a veces no estoy, que ando por otra parte, que estoy en eso que yo he entiendo como tiempo.

Pero en fin, Sun cantó y canta bonito. Después yo le pregunte porque había cantado y en que lengua había cantado. Ella me dijo que no sabía. Yo le pregunte si le había gustado el amigo de mi viejo chico, y ella dijo que tenía que irse a su casa. En ese momento no le di mucha atención al lenguaje utilizado por Sun.

Hace tiempo que no visitaba los templos de Angkor. Los conozco todos, es extraño pero no recuerdo cuando fue la primera vez que vine. Pero reconozco todos los laberintos, se donde está cada escultura, cada grabado en piedra, cada árbol incrustándose en las grietas y cubriendo las murallas. Se cuales son los lugares que nadie visita y cuales son los más deteriorados, incluso puedo guiar perfectamente a mi viejo chico cuando el quiere fotografiar algún detalle de estos que ahora llaman monumentos. Nunca he leído un libro porque soy analfabeta, pero conozco la geografía y la historia de este lugar. Incluso en algunas ocasiones, debo reconocerlo, tengo más conocimiento sobre lo que es este lugar que los guías de turismo.

Después de los templos, como siempre ocurre, fuimos a visitar el museo de esas bombas que tiraban en los campos en tiempos de guerra, el museo de minas de Siem Reap lo llaman. Yo no se para que tiraban todos esos explosivos, hay fotos terribles incluso de amigos míos sin brazos, sin piernas. Varios quedaron cortados cuando trabajaban en el bosque o cuando eran niños y ese maldito juguete que encontraban en cualquier parte le rebanaba algún trozo del cuerpo.

Eso yo no lo entiendo, o sea, lo entiendo, pero no lo entiendo. No se como explicar. Mi viejo chico me explica, pero yo no lo entiendo y a la vez lo entiendo. Pero ahí estuvimos otra vez en ese museo de la guerra. Y yo digo, si la guerra ya terminó, porque sigue habiendo guerra, porque hace unos días, no se cuantos, pero hace unos días, Sun me contó que un niñito de su barrio, había muerto porque piso una de esas bombas. Entonces yo no creo que la guerra haya terminado, porque al parecer no ha terminado. Porque si hubiera terminado, ese niñito no hubiese muerto y el museo de las minas no tendría una competencia real como son varias de las bombas que mi viejo chico dice que todavía están por cualquier parte, quien sabe donde.

Tampoco entiendo porque tanta gente viene a estos templos de paz, y al museo de guerra, si luego se van de Siem Reap y hacen poco para que el museo no tenga competencia real. “Competencia real” le digo yo, pero claro que se debería decir de otra manera, pues las minas que están por todas partes no son competencia para el museo, son pedazos de guerra. Sí, se podrían llamar “pedazos de guerra” que en cualquier momento se activan y reviven esa locura.

Mi viejo chico es diferente a los turistas y lo digo dando un ejemplo actual. Cuando regresábamos al hotel, el tuc tuc tuvo una falla así que mientras Kaj, el hermano de Polim, que antes trabajaba ahí donde trabaja gente importante y donde mi viejo chico a veces viene a trabajar, arreglaba el desperfecto, nosotros nos quedamos a una orilla del camino. De pronto yo pare a un carrito de una señora que vende alimentos y compre varios huevos, de esos que primero le abren un costadito, le sacan todo lo de adentro, mezclan la clara con yerbas y especies y la devuelven al huevo y luego los cocinan en agua. Compre creo que seis, y los repartí. Mi viejo chico los comió enseguida sin preguntar mucho. El a veces hace lo mismo con alimentos que venden en las calles de Siem Reap. Pocos turistas hacen esa gracia, pero mi viejo chico sí. Además cuando andamos por las calles de este pueblito, yo le pido a mi viejito que les de limosnas a todos los que le pidan. Creo que a mi viejo chico lo quieren en este pueblo, y el quiere a este pueblo.

Pues bien. Ahora es de noche, no he podido dormir. Mañana se va mi viejo chico. Creo que algo ha cambiado. Es normal para mí, no tengo pena ni tristeza. Estoy en la cama junto a él. Se escuchan los grillos y el tiempo sigue, o pasa, o existe. Quizás para dónde se ira ahora mi viejito. Algunos dicen que Siam Reap está tan lejos de todo, pero porque viene tanta gente entonces. Para mi son normales estas despedidas. Digo “nos vemos” y me voy, simplemente me voy y sigo mi vida y sigo riéndome y trabajando en eso que llaman trabajo.

Pero algo ha cambiado. Para mi no, porque seguiré ingresando al tiempo y desde allí ver lo que pasa acá. Pero ahora me doy cuenta que algo ha cambiado, en su momento no le di importancia, pero ahora me pregunto, porqué. Algo esta pasando con los templos, con la guerra, con el mundo. Yo pensaba que en estos lugares, solamente yo sabía de estas cosas, pero ahora veo que Sun, la de los pies con manchas blancas, también ha logrado ingresar a otras vidas. Lo se, porque canto en otra lengua, una lengua casi olvidada, desaparecida hace siglos.
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Por: Patricio Igor Melillanca
Siem Reap, Bangkok, Buenos Aires, Santiago
Octubre de 2008